Cábala criolla, muestra C.C. Borges (2010)

Prólogo del catálogo La línea piensa

Eduardo Stupía

Lorenzo “Lolo” Amengual es uno de los grandes artistas gráficos argentinos. Y, desde luego, una vez más hace falta recordar que lo gráfico es un género mayor, de siempre laborioso y traicionero abordaje. Porque es fácil caer en el simplismo cuando se dibuja teniendo que decir algo inequívocamente, más allá de la eventual potencia alusiva o metafórica que detente el autor, y muchas veces la sujeción a la claridad expositiva rebaja la autonomía misma del lenguaje. Amengual invariablemente ha estado a salvo de ese desliz gracias a su cuantiosa usina de recursos e invenciones, lo cual lo ha instalado singularmente en el podio de un altísimo linaje artístico, un cánon que el propio Amengual define al mencionar los nombres de quienes considera generosamente sus maestros, y cuyo caudal se nutre de los grabadores rioplatenses con Víctor Rebuffo a la cabeza, del expandido universo expresionista (con resonancias epigonales como las novelas en imágenes del enorme Franz Masserel), y del infatigable espíritu crítico y burlón que sobrevuela la rica historia del humorismo gráfico vernáculo, desde PBT hasta Satiricón, por citar sólo dos referentes. Recuerdo mi delectación al descubrir los raros, excepcionales dibujos de Amengual en revistas de humor de escasa vida y difuso estilo como Mengano y Chau Pinela, en la década del ’70 ( de hecho, antes de que Lolo acercara este proyecto para La Línea Piensa, nuestra primera idea había sido la de exponer reproducciones de aquellos dibujos, cuyos originales se han perdido); la línea de Amengual era (es) una línea emocional y a la vez rigurosa, sutil y cantarina así como cargada de tensión y misterio. Conservo la impresión de que en sus post-psicodélicas creaciones era casi imposible separar, visualmente hablando, el personaje de la situación; eran dibujos-máquina cuyos engranajes estaban en perpetuo movimiento.

Creo que estas prodigiosas cien imágenes kabuleras generan el mismo efecto de organismo congruente y a la vez heterogéneo, porque hay en ellas una muy productiva y perfecta amalgama entre el rectángulo donde se desarrolla el relato o acción, los detalles o elementos ambientales, contextuales, irónicos o alegóricos , y las muy protagónicas figuras, a las cuales Amengual dota de un libreto tan nítido en su direccionalidad intencionada como enigmático y sorprendente en los matices de su caracterización.

Podrá decirse que lo que se ha descrito sigue el modelo de resolución de los fascinantes emblemas alquímicos o del tarot, por ejemplo, pero lo que aquí se bifurca de todo acomodamiento estilístico es el empeño incesante de Amengual por enrarecer con herramientas paradójicamente depuradas el contenido dinamismo de sus escenas, a partir de una suprema calidad constructiva, una estrategia que nunca sofoca la palpitante vitalidad iconográfica, enriquecida con los elegantes contrapuntos de un blanco y negro lujoso, de encendida temperatura rítmica y tonal.

Es sencillamente impactante el refinado uso del esgrafiado, del trazo en negro sobre cartulina enyesada blanca que permite hallar inesperadas cualidades mediante el raspado, y también – en quizás la instancia más lírica de un conjunto de técnicas fuertemente atravesado de poesía – el desguace de la elaborada figura que es escaneada y enseguida apenas retocada finamente, para recuperar en esta suerte de operación mixta la impronta y la esencia de la manualidad prestidigitadora que parece homenajear a los fabulosos recortes de Hans Christain Andersen, a los troquelados chinos, e incluso a los lejanos diseños de las marionetas de Java.