¿Víctor Hugo?, sí… ¿pero cual?
Hay al menos dos Víctor Hugo que respeto, Uno «gabacho» (Francés, dicho en español despectivo) otro «charrúa» ambos políticamente comprometidos. Cada uno con su guerra.
Convoco al novelista monumental
Víctor Marie, de apellido Hugo, poeta y dramaturgo, escritor rutilante de la lengua francesa. También político e intelectual comprometido, que con palabras, pensamientos y acciones abarcó con su vida la mayor parte del siglo XIX, al que radiografío en su obra. Nació en el napoleónico 1802, murió en 1885, durante la Tercera República.
Dos millones de personas, tal era su popularidad, acompañaron su féretro, transportado en un sencillo coche «de pobres» desde el Arco de Triunfo, donde fue velado, primero al Pere Lachaise, el cementerio de Paris y un tiempo después en un funeral de estado, al Panteón Nacional, su destino final.
La cara del hombre
Víctor Hugo era el menor de tres hijos varones del general del imperio Joseph Léopold Hugo. Los destinos militares del padre, lo convierten en un temprano viajero. Con nueve años de edad vive en Madrid, donde el general comanda la guarnición napoleónica que controlaba la villa. Años difíciles para el pueblo español embarcado en los desastres de la guerra. Dicen que al niño Víctor le gustaba ver torear, hablaba en español y es posible que lo hubiera conocido a Goya. En 1813, (para situarnos, año de la batalla de San Lorenzo), él y sus hermanos se instalan en París junto a su madre que se ha divorciado de su padre y convive con el padrino de Víctor, otro general napoleónico. Los niños Hugo comienzan vivir en un entorno de relaciones familiares tensas, difíciles y tumultuosas, pocos años después, uno de los hermanos perderá la razón.
Daumier y otros caricaturistas ilustradores y fotógrafos popularizaron el rostro de este escritor soberbio, hombre público íntegro y político obstinado, defensor de las causas justas aun perdidas, que le valieron 20 años de destierros.
La síntesis de la vida compleja de Víctor Hugo es reseñada en Wikipedia, recomiendo leerla. Aquellos curiosos que dominen el francés, si además son valientes, pueden enfrentarse a los 56 tomos de su obra escrita. Aquí abandono al literato, para resaltar al Víctor Hugo que me ocupa: el dibujante singular.
No es una excepción, son muchos los escritores que pintan o dibujan, va una lista de algunos de ellos: Rafael Alberti, William Blake, Dinno Buzzati, Jean Cocteau, García Lorca, Günter Grass, Hermann Hesse, Perez Galdós, August Strindberg, Alfonso Castelao, George Sand, Henri Michaux, Bruno Schultz, Roland Topor, John Berger y Federick Pajak, de quien me ocuparé en una próxima edición.
Izquierda: Tour des Rats, 1843. Derecha: Castillo, ¿1847?
Dibujante autodidacta, fuertemente vinculado por su oficio de escritor al mundillo de ilustradores, grabadores e impresores, Víctor realiza piezas de pequeño formato que en ocasiones le sirven para ilustrar sus escritos y en otras para enviárselas a sus amigos en días festivos. Su faceta de artista visual, desarrollada a lo largo de toda su vida, lo apasionaba. Sus primeros trabajos son de factura más bien realista; pero la experiencia de los años de exilio vividos en Bélgica, Luxemburgo y la isla británica de Jersey, su confrontación mística con el mar, hacen que sus dibujos adquieran una dimensión simbolista y fantástica.
Este sesgo del talento de Hugo no pasará desapercibida a sus contemporáneos y le valdrá las alabanzas de Charles Baudelaire: «No encontré en las exposiciones de Salón la magnífica imaginación que fluye en los dibujos de Víctor Hugo. Hablo de sus dibujos a tinta china, porque es demasiado evidente que en poesía, nuestro poeta es el rey de los paisajistas».
Arriba: El faro, 1843. Al lado: El Pulpo, ¿1847?
Para valorar la intención de sus dibujos podemos aplicar algunas de sus ideas sobre el drama romántico. Hugo define a su teatro como un «todo en uno», donde los géneros se mezclan, drama histórico, comedia, melodrama y tragedia. Lo grotesco se muestra bajo la forma de lo ridículo, lo fantástico, lo monstruoso y lo horrible. Él apuntó «Lo bello solo tiene una forma, lo feo tiene mil».
Arriba: El faro, 1843. Al lado: Bruma del amanecer sobre el Rin, ¿1850?
¡Pero la obra plástica de Hugo, no es solo idea! Su enorme singularidad fue sin duda influida por el contexto visual de los grandes ilustradores con que interactuaban, desde Doré o Daumier, Luc Oliver Merson hasta el enorme dibujante español Urrabieta Vierge, que fue su protegido. Hugo mezclaba tintas, acuarela, pigmentos y lápiz. Impregnaba en tinta trozos de puntillas que transfería al papel, arrugaba y raspaba esa base para generar espacios de sugerentes texturas, soportada, por una organización formal original y abstracta. Esta configuración ya estaba insinuada en la obra de Francisco de Goya (El perro, 1823) y en las pinturas de William Turner (Lluvia, vapor y velocidad,1844), habrá de transcurrir un siglo hasta que los expresionistas abstractos, despellejando de a poco los escasos rasgos realistas, dominen este lenguaje y lo hagan brillar; para que luego, abusado y domesticado, sea convertida en lo que es hoy, salvo raras excepciones: una «maniera», un acto decorativo vacío, repetido hasta el cansancio.
Dar la cara
Victor Hugo fue intensamente fotografiado, asediado por los retratistas que intentaban instalar a la fotografía entre las «bellas artes» El creativo Félix Nadar, lo inmortalizó en una serie de retratos de donde procede la foto A (ver abajo). La foto B es una simulación, una foto falsa disfrazada de histórica. El modelo soy yo, en propia persona con peluca de cotillón, colaborando con mi hija Carmen, dueña de la idea, estudiante de fotografía en ese tiempo. ¡Sacrificios de padre!
Por Lolo Amengual