Civilización y Barbarie
Un exclusivo restaurant de Wall Street se llama The Capital® y el nombre está registrado. Una entradita de su menú: Langosta y hamburguesa de cangrejo: trozos enteros de cangrejos y langostas, servido con salsa tártara casera, se muestra tentadora. Si Karl Marx decidiera almorzar allí, aunque explicara al mesero que ese nombre (Das Capital) le pertenece desde hace años, no obtendría descuento alguno.
En Wall St., el hoy depreciado «sueño americano» está en el aire, todos podemos apostar a ganador; la democracia lo habilita y lo hacemos con alegría, tratando de ignorar lo inexorable, aquello que sabemos de antemano: las cartas están marcadas y el casino siempre gana. ¡Good morning, Dr. Griesa!
Vuelvo a mi presente porteño, siento hambre y es medianoche, estoy dibujando desde la mañana en estado de «flujo», una sensación placentera, que a veces se alcanza, donde la concentración aumenta y el tiempo se detiene. Mientras aterrizo de este «trip», de esta sobredosis de grafito y tinta china, mirando la cantidad de papeles dibujados, que posiblemente no merezcan otro destino que el fuego, recuerdo la afirmación de Paúl Valery: «Los mejores ejercicios para la inteligencia, los únicos quizás, son tres: hacer versos, cultivar las matemáticas y dibujar.»
Lo dicho no prueba que todos los dibujantes seamos inteligentes, pero marca un camino para lograrlo y aporta esperanza. Mañana, me digo recordando la reflexión neoyorkina, dibujaré al dinero.
Dibujar es un verbo, una acción. Es la manera de condensar lo que el ojo capta, pero el ojo sólo mira, quien ve es el cerebro. Entender es más que mirar, es el resultado de comparar lo visto con lo experimentado y conocido, pues aunque no lo creas, solo podemos ver lo que nuestro seso conoce. El cerebro amplifica lo visto y si lo dejás entre-leer (inter-legere, ¿de allí vendrá la palabra inte-ligencia?) si le das lugar para hurgar en lo que sabés, si confiás y le soltás las riendas, sentirás su expansión, lo verás volar de un tema a otro para conectar los conceptos más disímiles y encontrar las semejanzas más inexplicables.
Dicen que el cerebro es el cuartel de la razón, pero la materia viva que lo forma conoce millones de atajos para escaparle al orden, y es en ese mosto chisporroteante donde surge lo inesperado. A ese fenómeno lo llamamos «creatividad». La creatividad sola no alcanza, el dibujo requiere entrenamiento, gimnasia de ojo y mano, y persistencia para buscar. Si alguien afirma lo contrario y dice «Yo no busco, encuentro», no le creas, es la bravata de un petiso, del picarón de Picasso, (quién dibujando fue un genio). Todos sabemos que Picasso, más allá de su publicitada frase ingeniosa, buscó incansablemente hasta encontrar.
Dije que dibujaré el dinero. Soy de hacer bocetos. Pero ¿qué es un boceto? Es un mapa personal y privado, complejo, cifrado y preciso. Codifica gráficamente todos los detalles del pensamiento de quien lo realiza. Si el dibujo, como afirma John Berger, es «el laboratorio del pintor», el boceto guarda la genética final creada en ese laboratorio para que nazca una obra original.
Observándolo aislado [Fig. A], un boceto poco muestra, ¡es un garabato! un borrón (y «borrón» llamaban en la España del siglo 18 a los bocetos) Si, en cambio, lo vieran junto a la obra original [Fig. B] comprenderían fácilmente las intrincadas y precisas relaciones que existen entre ambos.
Un boceto es fruto de la intuición; es sorpresa, arbitrariedad, gesto: es Barbarie. En cambio un original, sea un grabado o una pintura están intermediados, «orquestados», regulados por el instrumento, matrizados por el oficio y la cultura, son Civilización. Barbarie y Civilización, Yin y Yang, dos fuerzas fundamentales opuestas y complementarias que trabajan juntas.