Cábala Criolla
Imágenes para interpretar los sueños, doblegar la suerte y vencer el azar
Este maravilloso libro, editado por la Editorial Universidad de Quilmes, incluye letras de los grandes tangos y otras canciones populares.
La criatura tardó en nacer. Me llevó más de 17 años concluir las cien imágenes que forman el libro. El propósito de hacerlo fue registrar una expresión genuína de la cultura popular, esa «cultura subalterna» que para permanecer debe esconderse. Deseo que estos dibujos, que hablan de nosotros, puedan agregarle gusto al guiso aún sustancioso del que formamos parte, guiso que apenas podemos mantener tibio en la cacerola maltratada de nuestra Argentina condenada al éxito.
Creía que la técnica adivinatoria que relacionaba lo soñado con un número específico y nos daba la clave para vencer a la fortuna, ganando la quiniela, era porteña, creada por nuestra gente. Estaba equivocado. Quise darle identidad local a algo que nos llegó de afuera. La relación mágica que vincula cada número con un significado, es una joya de la adivinatoria napolitana: la Smorfia, antigua tradición que ilumina lo soñado y guía al soñador a su destino afortunado. Smorfia deriva de Morfeo, nombre del dios griego que protegía a los que duermen y a sus sueños, sus figuras y relaciones son un legado simbólico de tradiciones ancestrales griegas, etruscas y fenicias, guardadas y transmitidas por generaciones de sabios analfabetos, que nosotros hicimos nuestras sin pedir permiso. La Smorfia llegó al Río de la Plata en los barcos, grabadas en las memorias de quienes emigraban y como ellos, al desembarcar, para sobrevivir debió olvidar su origen y transformarse, fue cuando la tarantella se encamó con el tango y la pizza se hizo amiga del asado.
Conservo una pequeña tarjeta que me regalaron en una agencia de lotería en Buenos Aires. En ella, impreso con letra apretada se puede leer un singular listado donde figura el nombre clave de cada uno de los cien números que forman el universo de la quiniela. La tenía conmigo en 1991, año que vivi en Alemania. Allí comencé a dibujar estas figuras, me interesó registrar lo que creía una expresión de nuestra cultura popular, esa “cultura subalterna” que para poder permanecer tiene que esconderse.
Escribí entonces:
“En Buenos Aires hay cien nombres que, al igual que un cuchillo, pueden perder o salvar a un hombre para siempre. Los necesita el juego para existir, nacido clandestino cada nombre esconde un número. Bautizados en el conventillo inmigrante e incorporados a la jerga del hampa, figura y número fueron susurrados en voz muy baja por el turco, soñados por el napolitano o rezados por el gallego y el judío, que apostaban su moneda para ganarle a la miseria. Algunos de estos nombres son metáforas, otros descripción canalla. Sin poesía, estos mensajes secretos no se deben descifrar como en la antigüedad, leyendo el hígado de los toros sacrificados en la hecatombe, sino percibiendo con fineza e interpretando las señales mínimas que emiten las cosas vistas o soñadas. Así, cada número develado desata la fantasía de poder vivir la gran vida tras un golpe de fortuna y la contrasta con la verdad fatal pero esperanzadora del proverbio que afirma: ‘pocos pobres lo consiguen’.”
Veinte de estos dibujos fueron hechos en Berlín en 1991. Allí me encontré con la cartulina enyesada, un material gráfico en desuso inventado el siglo pasado para facilitar la ilustración publicitaria. Tal soporte permite realizar xilografias falsas, “truchas”, una posibilidad provocadora e irresistible para todo argentino; no pude evitar utilizarla.
Retomé y concluí estos dibujos en 2008. En estas imágenes he citado algunos de los dibujantes que admiro, mis maestros e interlocutores. En ellos me apoyé para intentar definir esa “materia oscura” que es el dibujo, son: Topor, Ungerer, Steimberg, Sirio, Páez, Stupía, Divito, Palacios, Calé, Noé, Sergi, Hedelman, Scafati, Sabat, Eguía, Gramajo Gutiérrez, Oski, Alonso, Quino y muchísimos otros.
Mi orgullosa ignorancia me hizo equivocar, le di identidad porteña a estos nombres, pero a poco de investigar, descubrí que su clave está en la smorfia, representación simbólica de la adivinatoria napolitana y joya de su cultura popular, a la cual había echado mano sin pedir permiso. smorfia deriva de Morfeo, el nombre del dios griego que, en tiempos míticos, cuando los sueños eran portadores de mensajes reveladores, protegía al durmiente.
Este legado simbólico ancestral fue transmitido oralmente por sucesivas generaciones de sabios analfabetos. Emigró a América en la memoria de los transplantados y al igual que ellos tuvo que adaptarse para sobrevivir. Con la ayuda de gallegos, polacos y algunos indios ranqueles se le agregaron diez nuevos significados, tantos como los números que necesitó sumar el lotto europeo para renacer aquí transformado en quiniela.
A esta smorfia desesperada, adulterada, nuestra, bauticé “Cábala criolla”. Deseo que estos dibujos, que también hablan de nosotros, puedan agregarle gusto al guiso del que formamos parte, ese locro reseco que se mantiene tibio en la cacerola salvajemente maltratada pero firme de nuestra patria sojera, condenada al éxito sin piedad alguna.