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De la presentación de Luisa Valenzuela
Toda fábula es un mundo, acotado en este caso por exigencias del seminuevo y vibrante género, la minificción, a su vez ampliado hasta el paroxismo (para utilizar un término lewiscarrolliano) gracias a los geniales dibujos de Lorenzo (Lolo) Amengual que trascienden el concepto de mera ilustración y nos guían por inesperados caminos de entendimiento, sorpresa y juego.
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¿Qué otro bicho sino el pelícano podría descender de tal caterva bizarra? Pensándolo bien, la meditación y el despertar (no de la conciencia sino del humilde sueño nocturno) deben de tener la misma calidad disparadora de dislates coherentes; obra de las ondas cerebrales alfa, quizá. He mencionado sólo dos eslabones en la cadena de amigos. Siguen las rmas. Porque en aquella mesa de cervecería conocí también a Raúl Manrique quien junto con Claudio Pérez Míguez tiene en Madrid una editorial de libros para bibliófilos, Del Centro Editores. Raúl me pidió una obra, y como fue testigo de aquella conversación inicial, cuando estuvieron listas le mandé las microfábulas. Ellos produjeron una exquisita edición numerada, en caja, cada letra por separado con su capitular de portada, bella obra del conocido artista español Rufino de Mingo. Pero los queridos animales fabulosos allá lejos en España y yo acá, en la Argentina. Por eso aspiré a una edición con artista local, algo sencillo. Y dado que las fabulitas son de esta, fue naturalmente en una celebración en casa de Marta Dujovne y Víctor de Zavalía que encontré a Amengual, quien acababa de completar sus dibujos sobre los números de la quiniela y la timba.
¿No tendrás por casualidad un abecedario? le pregunté como al descuido. Puede ser, me dijo. Sin demasiadas esperanzas al tiempo le hice llegar el manuscrito. Él se lanzó a volar yendo mucho más allá de las capitulares esperadas. Se mandó toda una novela para cada una de las microfábulas. Minuciosa interpretación detalle por detalle, conriéndoles una vida y una dimensión impensada, tanto geográfica cuanto semántica y política, destacando con su mordaz y genial trazo el humor hasta darle ribetes de tragedia. Cómica, por cierto. Había entonces que hacer circular la obra. Amengual diseñó la espléndida presentación, y Marta y Víctor considerados madrina y padrino del proyecto que se gestó en su casa decidieron poner en marcha un viejo sueño e iniciar una editorial de libros de artista. Así nació La Vaca, que a pesar de las fábulas no lleva nombre del tan conocido mamífero que nos da de todo, según aprendimos al pergeñar nuestras rancias composiciones escolares, sino la otra, la alegre vaca criolla no apta para la ingesta, la que “se hace” entre amigos –no es para menos– cuando todos ponen algo para que los sueños fructifiquen.
Luisa Valenzuela